Siempre ibas a tu propia velocidad, sin importarte el de tu lado o el de atrás, esquivando al de adelante y moviéndote en diagonal. No considerabas si, en el bocinazo o en el grito, o en la simple mirada anonadada mía se ocultaba más que un “¡atento!”, más que una precaución. Siempre pendiente de las cosas de los demás, de lo que debías hacer ese día, del futuro, de todo menos de tus sentimientos y pensamientos, siempre centrado en las decisiones del día, caminabas mirando, casi con desdén, lo hechos a tu alrededor. Mirabas, no observabas, no prestabas atención.
Oías el rutinario sonido del tráfico, casi tan alejado de tu mente como tu mente del lugar. Problemas, decías, problemas, dejabas, problemas, siempre esos tan famosos problemas te alejaban de mí. Te hablaba, te hacía señas, hacía malabares sólo para llamar tu atención, tú oías mis palabras, mis súplicas, mis ruegos, pero no escuchabas, parecía que un frío cristal te alejaba de mí. Ante mi desesperación, inmune a los primeros rastros de depresión y frustración que empezaban a nublar mis ojos y a deformar mis facciones, tú avanzabas, dejándome mirando tu fría espalda, anhelando por lo menos hacer contacto con esos gélidos ojos tuyos. Oías, no escuchabas, no prestabas atención.
Sentías mi presencia, yo lo sé muy bien. Lo hacías, pero escogías ignorarme, volcar la cabeza, mirar más allá de mi persona, siempre evadiendo el contacto visual. Me pregunto qué habré hecho para merecer tan grande martirio, y si tú sabrás la respuesta. Quizá, algún día, logre verte y que me escuches y me observes, me analices, me des un pedacito de tiempo.
Hoy iba a ser ese día. Vi tu auto otra vez, y fue por tu rostro que lo reconocí. Rogué que el semáforo cambiara a rojo para poder verte tan sólo un segundo más, para que me observes. Hice mis malabares con todas las ganas del mundo, con mi carita pintada, sonriendo, muy por dentro, llena de alegría por verte de nuevo. Rojo. Al parecer el destino estuvo de mi lado ese momento.
Amarillo, me acerque a tu auto, pero tú seguías mirando al frente, la mirada perdida. Me invade la tristeza al ver tu semblante triste. Son esos problemas otra vez. ¿Acaso no te dejan en paz?
Verde. Mejor me aparto de aquí, si quiero verte mañana. Ojala asistas a nuestra cita tácita en el tráfico de la mañana. Tú, sin saber, sabes que yo estaré esperándote aquí.
Oías el rutinario sonido del tráfico, casi tan alejado de tu mente como tu mente del lugar. Problemas, decías, problemas, dejabas, problemas, siempre esos tan famosos problemas te alejaban de mí. Te hablaba, te hacía señas, hacía malabares sólo para llamar tu atención, tú oías mis palabras, mis súplicas, mis ruegos, pero no escuchabas, parecía que un frío cristal te alejaba de mí. Ante mi desesperación, inmune a los primeros rastros de depresión y frustración que empezaban a nublar mis ojos y a deformar mis facciones, tú avanzabas, dejándome mirando tu fría espalda, anhelando por lo menos hacer contacto con esos gélidos ojos tuyos. Oías, no escuchabas, no prestabas atención.
Sentías mi presencia, yo lo sé muy bien. Lo hacías, pero escogías ignorarme, volcar la cabeza, mirar más allá de mi persona, siempre evadiendo el contacto visual. Me pregunto qué habré hecho para merecer tan grande martirio, y si tú sabrás la respuesta. Quizá, algún día, logre verte y que me escuches y me observes, me analices, me des un pedacito de tiempo.
Hoy iba a ser ese día. Vi tu auto otra vez, y fue por tu rostro que lo reconocí. Rogué que el semáforo cambiara a rojo para poder verte tan sólo un segundo más, para que me observes. Hice mis malabares con todas las ganas del mundo, con mi carita pintada, sonriendo, muy por dentro, llena de alegría por verte de nuevo. Rojo. Al parecer el destino estuvo de mi lado ese momento.
Amarillo, me acerque a tu auto, pero tú seguías mirando al frente, la mirada perdida. Me invade la tristeza al ver tu semblante triste. Son esos problemas otra vez. ¿Acaso no te dejan en paz?
Verde. Mejor me aparto de aquí, si quiero verte mañana. Ojala asistas a nuestra cita tácita en el tráfico de la mañana. Tú, sin saber, sabes que yo estaré esperándote aquí.
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