lunes, 26 de mayo de 2008

La caja


Si algún día (por desgracia de la suerte, o por dictado divino, o por la ironía inconfundible con la cual se ordena el universo) perdiera yo la cabeza y con ella mis memorias, posiblemente me bastaría con buscarme una caja para reemplazarla.

Debería ser de madera. Cierto, no sería ni tan liviana como una caja de aluminio, como las de las galletas de Navidad; ni tan fina como una de oro, como las de tumbas egipcias; ni tan brillante como una de vidrio cortado, como las de regalo de boda en cristal Swarosvki. Pero como mi mente y manera de ser jamás fueron ni tan livianas, ni tan brillantes, ni tan finas, confieso que no me preocupa mucho este detalle.

Puede ser de madera, quizá, para darle bastante peso para tener sustancia, suficiente naturaleza para tener algún tipo de gracia innata y única, y suficiente suavidad para adaptarse a los eventos que la afectan.

Y en esta caja, colocaría yo toda la información de poca consecuencia que me acolchona la cabeza; y pondría luego, con cuidado y meticulosamente, solo lo esencial.

Mis memorias de la antigua casa, tardes eternas jugando con mi madre, mi hermano cuando aún era mi amigo y mi adorada mascota; memorias de cuando yo quería ser igual que mamá, cuando quería ser una princesa y luego presidente.

Definitivamente estarían los recuerdos de las cosas más dolorosas de mi corta vida: amistades perdidas, golpes y heridas profundas, para poder apreciar debidamente mis logros y victorias, y así tampoco menospreciar las pérdidas que nos proporciona el vivir.

Memorias de días tan brillantemente felices, tan completamente deliciosos, añorados y libres, que si lo pensaba demasiado, me entraba un temor asfixiante, imaginando que solo podrían ser un sueño.

Memorias de verme tan asombrada por lo que presenciaba o sentía, que las lágrimas inexorables se me derramaban sin pestañear, sin poder siquiera formular una palabra, ni ordenar mis zumbantes pensamientos.

Pondría, también, mis sonidos favoritos; la risa tan contagiosa y tan rara de mamá, la guitarra de mi hermano, tocándola para pasar el tiempo, el ruido sordo de la voz profunda que me calmó cuando lloraba sola.

Dejaría un espacio para los olores; el de las rosas del jardín de mi abuela, la dulzura de la orquídea que él me regaló en febrero, el aroma a diesel y brisa de mar que tanto me agradan desde que era una niña.

Por acortar, guardaría en mi cajita mis sensaciones y memorias fundamentales, sólo las más relevantes. Las voces que amé, las vistas que me conmovieron, y los tropezones que me permitieron y me permitirán crecer hacia mi mejor Yo.

Pero cuando acabase este trabajo, me lavaría de las manos el aserrín, e iría yo a botar el sobrante de basura que habría sacado de mi cerebro, y probablemente llegaría a la extraña conclusión de que, aunque puse solo lo esencial en la caja, en la caja tuve que colocarlo todo.
Eudaimonia
Premio Nacional del cuento Breve 2008!!!! xD

2 comentarios:

Memo dijo...

Cajita!

Na na na na na na (8).

=D

Anónimo dijo...

holass....lei tu cuento x primera vez en el diario yyyyy me encantoooo muuchisimas felicidades definitivamente es extraño q al elegir lo mas importante al final entra tooodo de verdad muy lindo cuento