jueves, 29 de mayo de 2008

No nos conocemos

No nos conocemos.
En un lugar lleno de gente cruzamos, una vez, una mirada. Dices que te sonreí. Es probable. Suelo sonreír a los extraños sin darme cuenta. También le sonrío a veces a las paredes escritas, a las avenidas de tajibos en flor, a las tazas de café en momentos extraños.
Con las luces apagadas, tomo otro sorbo de té. Me cosquillea el paladar. Pienso en tí. Andas merodeando en mi cabeza estos días. Es algo irritante. Algo.
Me distraeré. Saco del bolso el libro del momento. Titula el año en que naciste. Podrías, por favor, dejarme en paz? Podrías al menos mantenerte fuera de mi cuarto? Cierro las cortinas. Son azules. La pared también. Así lo pedí yo.
Tu cuarto es verde, ¿no? ¿Así lo pediste tú?
No. Aquí no entres. Aquí no entres que estoy desnuda. Desnuda de las máscaras censuradoras que me pongo a menudo en público, con los que creen conocerme.
No. Cállate, que no te escuchen. Que no te escuchen que qué van a pensar. Tú siempre tan impecable, paseándote siempre con esa amplia sonrisa. De esas que parecen pintadas. De esas que... ¿iluminan cuartos? ¿Era eso? Sí, creo que sí.
La taza de té vacía y vertiginosa me llama. Las hojas cafés que descansan en el fondo me llevan a tu cuarto. Estás ahí, encorvado, de espaldas a la pared con un libro en la mano. Pretendes no verme. ¿Qué toca hoy? No respondes. Me acuesto a tu lado. Pretendes no sentirme. Tengo ganas de llorar, de repente. Mi soledad me apavora.
¿Me puedo apoyar en ti? No respondes. Tus ojos corren atrás de las letras, hambrientos. ¿Dónde estás hoy? No te vayas, no me gusta quedarme sola. Sabes lo cobarde que soy.
Se enciende la luz de golpe, y me incendia las pupilas. La pared va recobrando de a poco su color. Azul.
Hola, ¿qué tal? ¿Cómo fue la conferencia?Ah, que bien. Sí, yo las apago. Buenas noches.
Cierro la puerta. Siento el pecho oprimido e inquieto. Me tengo que sentar. Aquí, en la cama está bien. Inhalo, exhalo.Mejor. Quiero otra taza de té. ¿Tres es demasiado? Nunca, dices bajito, lo siento detrás de la oreja. Deslizas tu mano sobre mi hombro. Ahí estabas, ahí estuviste todo este tiempo, sentado en la cama mirándome moverme a paso algo neurótico por mi cuarto, estudiándome a través del vidrio con una mirada furtiva y una sonrisa burlesca.
Te extrañé.

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