sábado, 11 de septiembre de 2010

Grullas

Estoy doblando mil grullas de papel porque es todo lo que me queda. La leyenda dice que si doblo mil, obtendré un deseo. Podría desear un par de alas, o un mar dentro de una taza, o simplemente estar en paz otra vez, pero no quiero nada de eso. Con cada grulla que doblo, te imagino a ti. Una por tus ojeras, otra por tu piel amarilla, otra más por tus muñecas delgaditas. Te amo y no estás y se me acaba el papel tratando de doblar todas las piezas rotas en pájaros.
Me dibujaste le futuro una vez, hace años. Nuestras casas eran lado al lado y había una cerquita blanca que las separaba y cada que la veo no puedo evitar hacerme una bola y dejar que duela por horas. Verás, en un mundo perfecto, las nubes serían siempre como tu las hacías, y nuestros buzones de correo siempre estarían llenos de dibujos y postales, y nuestras sonrisas siempre estarían chuecas, pero permanentes.
Tengo todavía cada dibujo que me diste, pero tengo miedo de que mis recuerdos se desintegren como el papel. Ambas pensamos en llamar a nuestro hijo Mikram, y pese a que nuestros caracteres eran muy diferentes, eres todavía mi mejor amiga.
A veces la gente nos decía que éramos la misma persona, la única diferencia es que tú ya tienes alas.
Una noche le pregunte a mi sombra que pasaría, y mientras me abrazaba a la almohada, las lagrimas y las plegarias no paraban de salir. “Iremos a su funeral”, me dijo, “y ambas lloraremos. Y siempre que estemos juntas la recordaremos, y la extrañaremos, y la seguiremos amando. Y sonreiremos.”
Y estará bien, todo estará bien.
Me sigo repitiendo todo esto, hasta que una de las dos, mi sombra o yo, lo creamos. Estará bien. Tiene que estarlo. (Puede que no, pero no puedo imaginarte lejos. Quiero nuestra cerca, y casa y nubes y sonrisas de lado.)
Al final, un millón de grullas no podrían darme lo que pido. Porque todo lo que quiero es tenerte a mi lado de vuelta. ¿Valdría la pena intentarlo?

Zapatos

Estoy en un aeroplano, pero no está en el aire, así que supongo que es más un terraplano. No estoy sola. Hay veinticuatro filas, con tres asientos cada una y un solo pasillo. Nadie se sienta en él, pero todos parecen muy emocionados parándose en él.
Yo estoy sentada porque me puse zapatos demasiado pequeños. Los vi en la tienda y no me importó que no los tuvieran en mi talla. Mi amor hará que quepan bien.
Te amo, ¿lo sabías? Sólo trata de no lastimarme.
Estoy sentada y el hombre del pasillo y el bolsillo de su saco me rozan la mejilla izquierda. Este bolsillo está vacío. Es el bolsillo más vacío que he visto en mi vida. Está tan vacío que le hace falta algo. Quiero decirle al hombre que perdió su billetera, o su celular, o un mazo de cartas o una cajetilla de cigarros. Quiero decirle al bolsillo que sea valiente, que es su deber hacer que el hombre se de cuenta de que falta algo, no el mío. Mi deber es no meterme en lo que no me incumbe.
El vuelo está atrasado. Todos los terraplanos se vuelven aeroplanos frente a nuestros ojos. Nos sentimos abandonados, colectivamente. Por Dios, no nos hagan ir de últimos. Si puedo contar hasta cuarenta antes de que la mujer que entro hace rato salga del baño, entonces seremos los siguientes en partir. Uno, dos, cuarenta. ¨Dicen que hay desperfectos¨, alguien dice por ahí. Desperfectos, atrasos, estamos fregados. Quizás el hombre con el bolsillo vacío es el único que podría salvarnos, pero se le perdieron las llaves, o cualquier herramienta que podría haber servido para ayudarnos, y ahora estamos fregados.
Debería haberle dicho algo.
De ahora en adelante caminaré. Nadie se muere caminando. Siempre hay autos y máquinas y océanos y explosiones. En las noticias nunca dicen “Tragedia en la calle Tal, hombre hallado muerto por transeúnte, causa de la muerte: caminar.” Caminaré en mis muy pequeños zapatos, por supuesto, pero, ¿qué más da? Nadie lo sabrá, nadie más que yo. Y quizás mi empeño a mantenernos vivos (a los zapatos y a mí), les mostrará a los zapatos cuánto significan para mí.
Denme un poco más de espacio, estoy respirando por ambos.

Anoche

Anoche hice un hombre de almohadas y prendas aleatoriamente empujadas en los espacios de mi ropero. Tomé de la mano a mi hombre – almohada y me aseguré de que no estuviera muy frío, ya que nunca te abrigabas, y yo (eternamente friolenta y con complejo de madre) te lo pedía siempre.
Esta mañana intenté tomar una ducha, pero no lograba nada más que apagar el agua y salir corriendo como un perro mojado, con la leal cola moviéndose de lado a lado, pensando que llamabas a mi puerta. Grande fue mi desilusión cuando me di cuenta que no era así.
Mañana sabrá a la comida de hace una semana, y usaré lentes de sol, que, si me conoces, (y lo haces) parecerá fuera de contexto, como una niñita jugando a disfrazarse de persona mayor.
Sé muy bien que se supone que debe haber tormentas, canciones perfectas, películas con finales felices y miles de pensamientos preguntándome cuándo nos volveremos a encontrar, pero Dios no se toma la molestia de entrar en detalles.