jueves, 10 de septiembre de 2009

Caídas

Nunca me gustaron los números hasta que te vi haciendo matemáticas.
Y de alguna manera, entre las derivadas y la manera en que hacías que bailaran los cálculos, me enamoré de la precisión lógica de cómo sumaban, y de la poesía que tejías en gráficos con un lápiz detrás de la oreja y una sutil sonrisa curvando tus labios. Y cuando me sentaba en tus faldas, contaba los besos, multiplicaba el amor, dividía la distancia y restaba las inhibiciones. Fue entonces que decidí que me inclinaba a las exactas después de todo.

Nunca me gustaron las montañas rusas hasta que me subiste en una.
Y entre las abrochadas de cinturón y la agarrada de tu mano, me enamoré de la extraña sensación que da el vértigo en el estómago, y de la dolorosa belleza que hay en soltarse y darse cuenta de que estas volando en lugar de caer. Y cuando te miré y vi tu risa ser robada por el viento, me di cuenta de que me podría gustar perder el control y caer libremente después de todo.

Nunca me gustó la lluvia hasta que bailaste en ella conmigo.
Y mientras nos empapábamos y te tenía cerca con tu respirar vaporoso en mi cuello, me enamoré de la manera apasionada en que ametrallaba el suelo. Cuando te acercaste a mí y atrapaste mis labios, me encantó percatarme de que no me molestaba para nada cómo la tormenta rugía sobre nosotros, y que estábamos completa e indiscutiblemente solos después de todo.

Y nunca me gusto enamorarme hasta que tú me hiciste caer.
Y entre tropiezos y caídas, me embelesé del modo en que me atrapaste antes de que me raspara las rodillas y de cómo hiciste que fuera lo más hermoso que he podido presenciar. Y cuando me hiciste dar vueltas hacia la noche plagada de estrellas, y me alzaste en tus brazos pretendiendo besarme hasta borrar mis labios, decidí que, después de todo, me gustaba caer por ti.