Todo el mundo decía que lo nuestro era ilegal, que no era bueno, que era contra las creencias del mundo entero, que nos íbamos a ir al infierno mismo, sólo por querernos como nos queremos. Y aún así, no les hacíamos caso. ¿Por qué?, dirá mucha gente. Porque es amor, señores, y Cupido es ciego, no sabe con quién te mete, sólo sabe que es el ideal para ti, por lo menos por un tiempo.
Y nuestro mundo era perfecto. Aunque la gente nos mirara con recelo, con prejuicios marcados, con caras de susto, o alejando a sus hijos de nosotros, llenándose de excusas en silencio, o simplemente haciendo como si no nos hubiesen visto, éramos felices, pues nos teníamos el uno al otro, siempre y para siempre.
No nos separábamos. Recuerdo que la primera vez que te pregunté qué era lo que te gustaba tanto de mí, y respondiste que era frágil, en el mismo momento en que yo me sentía más fuerte que nunca, dispuesto a batir el mundo. Y me sentí suave, delicado, tierno.
Hasta que sentiste una curiosa e irreverente sensación en la barriga. Y esa sensación empezaba todas las peleas. No logro recordar cómo se llamaba. Celos, creo. Sí, era eso.
Y en cada pelea me sentía fuerte, al defenderme, pero con sólo un toque tuyo, esa frágil fuerza se desmoronaba instantáneamente. Me tenías en tus manos, me tenías a tus pies.
Y en cada pelea, me lanzabas la misma amenaza. “Si hay alguien más, si llegara a haber un sólo alguien más, te mato.”
Juraba y perjuraba que nunca siquiera pensaría en alguien más. Mi corazón era tuyo, de nadie más. Y me harté. Te rogaba que pararas, pero seguías con lo mismo.
“Si hay alguien más, si tan sólo se te acerca alguien más, te mato.”
Y llegué al tope. Tuve que hacer que hubiera alguien más para probarte que había estado sólo contigo durante todo ese tiempo, para que vieras cómo cambiaba mi actitud si te engañaba, para que notaras cómo no te podía mentir.
Y repetiste, por última vez, esa gran amenaza.
“Te voy a matar.”
Lo decías como una amenaza, pero sin embargo era una gran verdad.
Y nuestro mundo era perfecto. Aunque la gente nos mirara con recelo, con prejuicios marcados, con caras de susto, o alejando a sus hijos de nosotros, llenándose de excusas en silencio, o simplemente haciendo como si no nos hubiesen visto, éramos felices, pues nos teníamos el uno al otro, siempre y para siempre.
No nos separábamos. Recuerdo que la primera vez que te pregunté qué era lo que te gustaba tanto de mí, y respondiste que era frágil, en el mismo momento en que yo me sentía más fuerte que nunca, dispuesto a batir el mundo. Y me sentí suave, delicado, tierno.
Hasta que sentiste una curiosa e irreverente sensación en la barriga. Y esa sensación empezaba todas las peleas. No logro recordar cómo se llamaba. Celos, creo. Sí, era eso.
Y en cada pelea me sentía fuerte, al defenderme, pero con sólo un toque tuyo, esa frágil fuerza se desmoronaba instantáneamente. Me tenías en tus manos, me tenías a tus pies.
Y en cada pelea, me lanzabas la misma amenaza. “Si hay alguien más, si llegara a haber un sólo alguien más, te mato.”
Juraba y perjuraba que nunca siquiera pensaría en alguien más. Mi corazón era tuyo, de nadie más. Y me harté. Te rogaba que pararas, pero seguías con lo mismo.
“Si hay alguien más, si tan sólo se te acerca alguien más, te mato.”
Y llegué al tope. Tuve que hacer que hubiera alguien más para probarte que había estado sólo contigo durante todo ese tiempo, para que vieras cómo cambiaba mi actitud si te engañaba, para que notaras cómo no te podía mentir.
Y repetiste, por última vez, esa gran amenaza.
“Te voy a matar.”
Lo decías como una amenaza, pero sin embargo era una gran verdad.
1 comentario:
¿Qué es la muerte para usted, Eudaimonia?
¿Es un estado social, un estado emocional o simplemente una definición de la inexistencia -acoplando a la situación donde se usaría la palabra-?
¿Qué es la perfección y el mundo?
Simples definiciones o la concepción de un todo;
¿Holismo?
El conjunto de partes que hacen un todo...
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